Massmediación y Cultura Política

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Capítulo 1. 2.- Espacio público y medios de comunicación

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CAPITULO I

LAS DIMENSIONES DE LA MASSMEDIACION POLITICA

2.- Espacio público y medios de comunicación:

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Los medios de comunicación juegan un nuevo papel en la construcción misma del espacio público, un ámbito compartido por todos. Constituyen el espacio y el régimen de la visibilidad social por excelencia. Esto puede derivarse de los aportes de los distintos teóricos de la comunicación política ya aludidos. Pero es una cuestión a debatir si lo visible coincide justa y totalmente con lo público, y en qué sentido.

El concepto de espacio público tiene determinaciones filosóficas, jurídicas, sociológicas y comunicacionales.

Siendo el conjunto de bienes y objetos compartidos y visibles por la comunidad política (la ciudadanía), lo público es lo opuesto a lo privado; aunque esta oposición público/privado, como lo anota Arendt (1974), sufre en la modernidad un replanteamiento, dado el auge de lo social (como opuesto semántico de lo íntimo, lo personal, contrario al conformismo social), en la forma de la emergencia de los grandes problemas colectivos y, sobre todo, la emergencia de las masas en las concentraciones urbanas.

Las cuestiones administrativas del estado, la intervención abierta de éste en la economía y las relaciones sociales, y el auge de las relaciones públicas, las “imágenes corporativas” y los lobbys de las empresas productivas privadas, lo cual las lleva a “publificar” sus actividades, son situaciones que replantean, no sólo los límites entre lo público y lo privado, sino que llevan hasta a disolver esta oposición. El reino de lo social es también el reino de lo anónimo o impersonal. Así se imponen nuevas forma de lo visible y lo invisible.

Habermas narra la evolución de lo público desde el feudalismo hasta el capitalismo tardío, relacionando estructuralmente los ámbitos económico, político y social (los agrupamientos y colectivos). Así, mientras que la “publicidad representativa” del feudalismo define un escenario donde el Soberano, la Corte o los Sacerdotes, los portadores del poder, dramatizan y ostentan su poder; en la sociedad burguesa cambian profundamente la visibilidad y la comunicabilidad, y se convierte, a través de nuevos medios (la prensa política, las corresponsalías, la prensa periódica, la “literatura artística”, el debate en los pubs, salones y demás instituciones, incluida la masonería), en una mediación entre los particulares privados y el estado, dejando atrás el mero interés inmediato en el tráfico de noticias.

Los nuevos medios de la “publicidad burguesa” forjan a su vez una nueva institucionalidad que, en teoría, hace público el razonamiento con el cual se consideran los asuntos de interés general. El espacio público es el escenario de la disputa racional entre los actores políticos. Es la búsqueda de una mediación entre lo justo y lo conveniente (Kant), sujeta al intercambio de argumentaciones, donde pueden participar todos los ciudadanos (síntesis del hombre y del propietario privado), como auditorio y como opinantes. Los ciudadanos, como portadores de derechos y deberes en una democracia, tienen la posibilidad de observar, evaluar, reclamar, exigir, denunciar, juzgar y criticar, actos todos discursivos de los cuales dependen la legitimación, estabilidad y permanencia de las instituciones estatales, y por consiguiente tienen (o debieran tener) incidencia en la toma de decisiones.

En la misma situación histórica, acompañándose y reforzándose mutuamente, surgen los parlamentos, que representan una reestructuración del estado con su correspondiente desarrollo jurídico. De esta manera, el aprecio por la razón (el racionalismo moderno), el parlamentarismo, la prensa y los nuevos medios de comunicación, son fenómenos históricamente vinculados. Son implicados también en estas reestructuraciones, instituciones tales como la familia, las dinámicas decisionales del estado y, en general, las mediaciones entre las estructuras económicas, sociales y políticas.

Pero Habermas apunta un cambio fundamental entre el capitalismo de concurrencia y el monopólico. Las transformaciones se relacionan con el intervencionismo del estado en la economía, por una parte, y por la otra, la conversión de aspectos institucionales de las empresas en asuntos públicos (los lobbys y las relaciones públicas en general). Lo privado se socializa y lo público se privatiza. Esa tendencia general, Habermas la advierte hasta en las formas de contratación colectiva de trabajo. Igual ocurre con las familias, que se abren a lo público en cuanto participan del consumo cultural y el ocio organizado desde las empresas especializadas; pero también incluso en los diseños arquitectónicos y urbanísticos de las viviendas.

Pero la principal transformación se vincula a la masificación, como en la visión de Arendt. Lo público se convierte en el público. Este ya no está formado por sujetos privados racionales argumentadores (como se los representaron Hobbes, Kant, Hegel, Marx, Mill y Tocqueville); sino por una masa de consumidores de cultura, cultura masificada que no eleva a la cultura, sino que reduce los requerimientos de entrada a ésta y, con ello, la calidad de los bienes culturales, sustituyendo el marketing de los círculos de lectores a la crítica pública literaria. Esto se corresponde, a nivel científico-académico, con un cambio profundo en el concepto mismo de “opinión pública” que pasa a ser, en la psicología social y la sociología empírica, un estudio de actitudes mediante muestras estadísticamente construidas. El punto de partida, la representación teatral o dramatización pública del poder propia del feudalismo, retorna irónicamente al final del recorrido habermasiano.

Gurza Lavalle (1998) señala en Habermas un “romanticismo” ciertamente desubicado (si no francamente anacrónico) por idealizar el modelo clásico moderno de la opinión pública burguesa, el cual, aparte de ya superado por procesos históricos que el mismo Habermas describe, podría ser en última instancia, diríamos nosotros, “pura ideología”, es decir, sólo aspiración o utopía y no realización histórica efectiva; aun cuando reconoce Gurza Lavalle que es precisamente la elaboración de ese modelo lo que permite una perspectiva crítica de la situación actual de lo público. Habermas acierta entonces cuando permite observar que la situación de la “opinión pública” no corresponde ya (si es que en algún momento correspondió) a su modelo idealizado burgués, por cuanto se sustituye a un público raciocinante de individuos por un público colectivo aclamatorio, adscriptivo y, en consecuencia, de potestad delegada (…) Se desvanece la representación DE (…) para ceder terreno a la representación EN el escenario público (…) El público activo es relevado por toda suerte de instituciones y confinado a un mutismo de representación plebiscitaria (Gurza Lavalle, Ob. cit.: 121)

En esta destrucción del espacio público burgués, tienen su papel los medios (como instituciones, como mercancías, como tecnologías), no precisamente en un sentido democratizador, puesto que en la medida en que la mediación política asume un carácter esencialmente comunicativo se transforma en un campo fértil y codiciado para la valorización capitalista (…) los medios dejaron de ser controlados por una igualitaria sociedad civil de propietarios privados (…) se desbordaron y consolidaron tras una lógica de acumulación de capital, cada vez más ajena a una representación directa de la sociedad civil y (…) usurparon a la sociedad civil misma apropiándose a título monopólico del manejo legítimo de la opinión pública que, paradójicamente, no sería más sociedad civil (Idem: 122)

Por supuesto, esta visión crítica del espacio público mediatizado, toma distancia de las posiciones (derivadas de la subdisciplina de la comunicación política) de considerar unilateralmente a los medios como constitutivos de lo público, lo cual lleva a desestimar el rol manipulatorio mediático, que no es sino la otra cara de su verdadero rol destructivo (no exclusivo, de paso; más bien se concibe el proceso como una reestructuración del conjunto de la sociedad capitalista) del modelo ideal burgués de opinión pública.

Habermas deposita sus esperanzas en “el mandato de un público sostén de la autoridad” que sobrevive como legado de la Revolución Francesa y que constituye (por lo menos en la racionalidad práctica de la teoría política y jurídica) un “supuesto irrenunciable de las democracias” (Gurza Lavalle, Ob. cit.: 125). Esto es lo que permitiría, en esa visión, rescatar la criticidad de la opinión pública frente al poder, y ensanchar los límites de la opinión pública más allá de la capa de propietarios.

Otras tendencias teóricas (que Gurza Lavalle denomina “autonomistas”) recurrirían más bien a la posibilidad del desarrollo de espacios de la sociedad civil, relacionamientos o agenciamientos colectivos horizontales, que permitirían el desarrollo de nuevas posibilidades democráticas. Sería una línea de reflexión parecida a la planteada por Rigoberto Lanz cuando habla de “agenciamientos colectivos de enunciación” como soportes estéticos (en la clave proxémica de Maffesoli) de una “voluntad éticamente fundada” (cfr. Lanz).

En este punto es conveniente fijarnos en el status de los discursos en juego. El de Habermas, Gurza Lavalle, Lanz, etc. se mantienen oscilando alternativamente entre el campo de la descripción de procesos sociales, y la reflexión acerca de lo razonable, lo deseable o lo posible de acuerdo a la continuación de determinadas tradiciones de pensamiento de la filosofía política, moral o jurídica. Y no se trata de que hagamos una distinción tajante entre lo filosófico-ético-político y lo científico-descriptivo-explicativo. Al contrario; se trata de que el reconocimiento de las diferentes modalidades (o status) de estos discursos nos permite basar en algo más que una aspiración moral o estética (o arbitraria, como el mismo Lanz llega a reconocer de pasada) la postulación de una aspiración o una postura crítica que eventualmente devenga en un lineamiento para la acción (política). El reconocimiento de las reestructuraciones de lo público analizadas históricamente por Habermas, tiene que ver con los análisis y descripciones de la crisis de la representación y de la política misma (Martínez, Lanz, etc.); constituyen su explicación eventual y es lo que nos podría permitir identificar las lógicas que pudieran reorientar esas tendencias.

El espacio público en el capitalismo actual se reestructura entonces mediante un desplazamiento de la oposición público/privado, por lo social/íntimo, el cual igualmente se disuelve en la categoría de lo social anónimo (la burocratización y despersonalización del estado de un lado, la masificación de la sociedad por el otro) y la construcción de un público consumidor de cultura que desplaza semióticamente a la Razón argumentativa de la opinión pública, redefiniéndola también como mercado de opinión y matriz de actitudes.

Estas reestructuración se producen en el marco de:

1) una específica privatización de lo público en la forma propia de la etapa contemporánea y globalizada del sistema: la intervención estatal en la economía y los vínculos entre grandes grupos económicos y los poderes del estado; lo cual tiene como otra cara la monopolización de la propiedad sobre los medios de comunicación y opinión pública, patente en la concentración de la propiedad de las grandes empresas comunicacionales, y la efectiva sustitución o usurpación de la otrora “sociedad civil burguesa” (los particulares privados razonadores) por una parte del bloque burgués dominante: los propietarios de los medios;

2) una específica publificación 1 de lo privado, mediante la asunción de roles públicos, otrora exclusivos del estado, por parte de empresas y asociaciones civiles particulares, incluyendo desde empresas educacionales, de salud, etc. hasta el llamado tercer sector u ONGs, supuestamente excluidas de la lógica del mercado, desmercantilizadas, y con ello ubicadas en el ámbito de los asuntos comunes y sociales públicos. Esto abre la posibilidad de nuevos agenciamiento colectivos, nuevos espacios de organización y emergencia de la sociedad civil, pero también nuevas mediaciones entre los intereses particulares y los generales;

3) una representación política (re)construida sobre los fragmentos desplazados de las instituciones modernas mediadoras de la opinión pública (partidos políticos, sindicatos), en medio de un nuevo régimen de visibilidad dirigido por los medios de comunicación, que hace retornar la representación (teatral, espectacular) del poder como ostensión y porte de significaciones.

Los medios de comunicación masivos son condiciones de posibilidad para la visibilidad social y, por tanto, para la construcción del espacio público, en forma de escenarios y auditorios. Pero el régimen de visibilidad no es todo lo público. Los cambios que historicamente se han suscitado en éste, sólo pueden ser comprendidos en el marco de las transformaciones estructurales del conjunto de las mediaciones entre lo social, lo económico y lo político; transformaciones en el estado, en la dominación y en las formas de la hegemonía.

Así como lo público es la mediación entre lo social y lo estatal, entre las clases y grupos sociales y el poder del estado, es también la bisagra en la conformación de bloques históricos y hegemonías. Siendo lo público, a su vez, escenificado en los medios, donde se hacen visibles, se ponen en escena, se construyen y circulan sus significaciones, se comprende entonces el rol de los medios como posibilitadores de importantes fenómenos políticos-sociales.

Es más, siquiendo el pensamiento de Ernesto Laclau, siendo lo discursivo toda acción portadora de sentido yuxtapuesta a lo social, y siendo lo político el momento de institución de lo social, su “ontología” o “realidad” específica, caracterizada por la rearticulación de las prácticas en una hegemonía, posibilitada por desplazamientos discursivos (cfr. Laclau entrevistado por Guillermo Oliveira, en DeSignis/2), el escenario mediático es un lugar privilegiado para la construcción de las prácticas políticas y, por tanto, de las hegemonías. Pero lo mediático y su régimen de visibilidad no agotan ni lo público ni lo discursivo. Lo mediático tiene unos límites, que a la vez son sus determinaciones y oposiciones, que permiten la dialéctica de las transformaciones de lo público en su conjunto.

En tanto constructores de escenarios, los medios tienen una especial eficacia semántica al definir sentidos, coherencias y marcos interpretativos, además de construir referentes de acuerdo a una gramática específica. De esa manera producen una “visión del mundo”, un imaginario político colectivo, según el cual se configura una semántica y un mapa cognitivo específicos que orientan a los sujetos en una realidad construída semióticamente (=discursivamente).

Por otra parte, en tanto constructores de auditorios, los medios distinguen, agrupan y conforman comunidades hermenéuticas que interpretan, valoran, aprecian y, en definitiva, consumen cultura e información (cfr. García Canclini, 1993). En este sentido, los medios son condiciones de posibilidad de identificaciones colectivas.

Pero hay una tercera dimensión específicamente polémica de este régimen de visibilidad, en tanto muestra el desarrollo mismo de las luchas y el conflicto por el poder. Este nivel de análisis corresponde a las acciones e interacciones entre los actores, las estrategias desplegadas con el fin de legitimar sus posiciones, posicionarse en un espacio semántico y desde allí adquirir credibilidad, legitimidad y autoridad, formas específicamente discursivas o retóricas del poder, asociadas con las modalidades del discurso y sus manipulaciones interactivas.

Por supuesto, una reinterpretación semiótica del poder pasa por conceptualizarlo en tres perspectivas: como marca corporal (el castigo físico, la muerte misma o el premio, como referentes exteriores de lo discursivo; en general, la sanción y la amenaza como su signo intradiscursivo), marca racional (los fundamentos racionales de la legitimidad y, por tanto, del acatamiento) y marca retórica (los recursos persuasivos del discurso).

Nos encontramos entonces con tres perspectivas complementarias para estudiar la política en los medios:

a) como elemento de una semántica fundamental y un sistema referencial: una “visión del mundo” (imaginario colectivo) con su mapa cognitivo asociado a nivel individual con una hegemonía construida a partir de determinadas apelaciones,

b) como producto o bien cultural consumido y constitutivo de identificaciones colectivas y

c) como “movimientos” o acciones en el marco de una estrategia cuyo objetivo es el poder (en su manifestación discursiva: credibilidad, legitimidad y autoridad).

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1Aceptamos aquí el neologismo “publificación” (diferente a la “publicación”, que se entendería en el castellano ordinario como simple divulgación generalizada), en un sentido que se irá aclarando contextualmente a medida que avancemos en nuestro discurso.

Written by saberlibreeditores

octubre 3, 2009 a 3:23 am

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